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Sobre el libro …
Esta es una gran historia, pero además es un excelente libro sobre superación personal, mentalidad y enfrentar tus miedos. Si estás buscando motivación para buscar una mejor versión de ti, definitivamente es un libro que te recomiendo mucho. A mi personalmente me impacto mucho, imaginar los escenarios que platica, las vivencias por las que paso Edith y el impacto de las mismas a lo largo de su vida, son aprendizajes muy poderosos para el lector. El libro se divide en cuatro partes: la prisión / la huida / la libertad / la curación. En cada sección te a llevando a lo largo de su vida y como cada etapa tuvo un impacto posterior.
Introducción
Yo tenía una herida en mi interior, mi pasado me seguía atormentando: una sensación de angustia y mareo cada vez que oía sirenas, pisadas ruidosas u hombres gritando. Eso es un trauma. Pero, con el tiempo, he aprendido que puedo decidir como reaccionar ante el pasado. Siempre tenemos la posibilidad de decidir, la posibilidad de tener el control.
La libertad reside en aceptar lo sucedido. La libertad significa armarnos de valor para desmantelar la prisión pieza por pieza. La prisión que está en nuestra propia mente. Cosas malas le pasan a todo el mundo, eso no lo podemos cambiar. Sin embargo, muchos de nosotros seguimos atrapados en un trauma, incapaces de vivir plenamente nuestras vidas. Pero eso sí que lo podemos cambiar.
Si me preguntaran cuál es el diagnóstico más habitual de las personas a las que trato, diría que es el hambre. Estamos hambrientos de aprobación, de atención, de afecto. Tenemos hambre de libertad para aceptar la vida, conocernos y ser realmente nosotros mismos.
Existe una diferencia entre victimización y victimismo. Todos podemos ser victimizaos en alguna etapa de nuestra vida, todos padeceremos algún tipo de desgracia, calamidad o abuso. Así es la vida, y eso es la victimización. Viene del exterior. En cambio, el victimismo procede del interior. Nadie puede convertirnos en víctima excepto nosotros mismos. Nos convertimos en víctimas, no por lo que nos sucede, si no porque decidimos aferrarnos a nuestra victimización. El victimismo es opcional.
No existe una jerarquía del sufrimiento. No hay nada que haga que mi dolor sea mejor o peor que el tuyo. Las comparaciones pueden llevarnos a minimizar o subestimar nuestro propio sufrimiento.
No podemos decidir tener una vida sin dolor. Pero podemos decidir ser libres, escapar del pasado, nos suceda lo que nos suceda, y adaptarnos a lo posible.
La Prisión
Nuestros recuerdos de infancia son a menudos fragmentos, breves instantes o encuentros que, juntos, conforman el álbum de recortes de nuestra vida. Son lo único que nos queda para entender la historia que nos explicamos a nosotros mismos acerca de quiénes somos.
El problema no es lo que hagan o digan los demás, el problema es que yo les creo. Así es como malinterpretados los hechos en nuestras vidas, como asumimos cosas sin comprobarlas, como nos inventamos una historia que nos explicamos a nosotros mismos, reforzando lo que ya creemos.
Nadie puede quitarte lo que pones en tu mente.
Tal vez la vida sea un estudio de las cosas que no tenemos pero que nos gustaría tener y de las cosas que tenemos pero que nos gustaría no tener. Me llevó tres décadas descubrir que podía encarar mi vida con una pregunta diferente. No ¿por qué vivo?, sino ¿qué puedo hacer con la vida que he recibido?
Todo el éxtasis de tu vida vendrá de tu interior.
Para sobrevivir, evocamos un mundo interior, un refugio. En nuestras cabezas, estábamos permanentemente de celebración. Podemos decidir que aprender del horror. Las palabras que oía en mi cabeza marcaron una enorme diferencia en mi capacidad de mantener la esperanza. Descubrimos una fuerza que podíamos extraer de nuestro interior; una manera de hablar con nosotras mismas que nos ayudaba a sentirnos libres, que nos proporcionaba una base y una seguridad, incluso cuando las fuerzas externas trataban de controlarnos y destruirnos.
Si sobrevivo hoy, mañana seré libre.
Si el guardia no aprieta el gatillo, lo hace el hambre. Cualquier momento puede ser el último. Así que, ¿por qué preocuparse? Y, a pesar de todo, si esta momento, este preciso momento, es el último de mi vida en la Tierra, ¿debo desperdiciarlo con la resignación y la derrota? ¿debo pasarlo como si ya estuviera muerta?
Moriremos por la mañana, oigo el rumor. Quiero organizar mi mente. No quiero que mis últimos pensamientos sean tópicos de abatimiento. No quiero que mis últimos pensamientos sean una reproducción de los horrores que hemos visto. Quiero sentirme viva. Quiero saborear lo que supone estar viva. Intento evocar pensamientos que todavía puedan tener la capacidad de hacerme estremecer de emoción.
Nunca me ha resultado difícil entender que no es Dios el que nos mata en las cámaras de gas, en las cunetas, en los precipicios, en las escaleras blancas de 186 peldaños. Dios no dirige los campos de exterminio. Lo hacen las personas.
Sobrevivimos a la selección final. Estamos vivas. Somos libres.
La Huida
Nadie quiere acogernos. La violencia va disminuyendo en toda Europa, pero todavía es tiempo de guerra. Los alimentos y la esperanza escasean para todo el mundo. Y nosotras, las supervivientes, las antiguas cautivas, seguimos siendo el enemigo para algunos. La guerra no acaba con el antisemitismo.
Hasta el descanso es frágil. Estoy asustada todo el tiempo. Me da miedo lo que ya pasó. Y lo que podría pasar. Es imposible sentir la alegría del regreso a casa desvinculada de la devastación de la pérdida. De los mas de 15,000 deportados de nuestra ciudad natal, solo 70 sobrevivimos.
Mis hermanas y yo vivimos en un limbo permanente, entre mirar atrás y avanzar. Gran parte de nuestra energía la dedicamos solamente a recuperar cosas: nuestra salud, nuestras pertenencias, todo lo que podemos de la vida anterior a la pérdida y el cautiverio. Hay más cosas por las que vivir.
No es mi pérdida lo único que duele. Es la forma en que influye en el futuro. No dispongo del vocabulario adecuado para expresar la sensación de encharcamiento en el pecho, el oscuro dolor punzante en la frente. Es como si mi visión estuviera cubierta de arena. Más adelante aprenderé que se llama depresión.
Ser pasiva es permitir que otros decidan por ti. Se agresiva es decidir por los otros. Ser asertiva es decidir por ti misma. Y confiar en que eso basta, que tú bastas.
Escríbeme a mauricio@grouhub.com con cualquier recomendación o comentario que tengas.
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